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Rojo sangre

Los-jugadores-de-Eslovaquia-ce_54417785592_54115221154_600_396Por aquellos jugueteos de la mente, a mí la palabra Eslovaquia siempre me recordaba a las raspas de un pescado. Es decir «Eslovaquia» y pum, se me viene la raspa a la cabezota con fondo negro y mirando al techo. Como ahora, que mientras lo pienso sólo aparecen pescados muertos en mi habitación. Eslovaquia, raspa, se te atraganta y no la escupes. ¡Qué bella introducción a cómo España se quedó sin voz en Zilina!, una ciudad con nombre de princesa elfa que se puso el rostro de vieja gruñona para convertir la espada española en una ramita de olivo. Y con una ramita de olivo no se consigue arañar ni pellejo, mucho menos puntos.

Al contrario de lo que se pensaba, Eslovaquia tenía más criterio para manejar la pelota que suerte con el peine. Aquello de que el rival dé más de 10 toques seguidos al esférico no es una novedad, pues España ha terminado por ser más alquitrán que apisonadora, consecuencia del desgaste y la borrachera de éxito. Ya es normal que el adversario encare la meta contraria con más facilidad que empeño. Las paradas o no paradas de Casillas son un debate demasiado dócil para el aficionado, que ve cómo se hunden las cabezas de los españoles y los hombros sobresalen de los omóplatos, todo conjugado en un estado de pesimismo con riesgo de que al paso siguiente la frente desfallezca en el césped, exhausta de llevar el peso de una estrella.

Los eslovacos tenían balones de oro colgando del escroto, lo que les confería la habilidad para sacar el balón mientras los de rojo sacaban la lengua en un intento de dignificar su imagen hacia un rango mejor, por ejemplo, el canino. Ni siquiera con cuchillos guardados en los calzones eran los de Del Bosque capaces de hacer daño, siendo Busquets (sí, SERGIO) el hombre más creativo del terreno hispano. Sus pases diagonales encontraban la espalda del defensor y al compañero extremo, que a veces centraba bien y otras no le apetecía donar el balón al enjambre de piernas que había en el área, con Kozácik como reina.

En un arranque de entrenador, se cambió a Albiol por Pedro y Vicente descubrió la América de la desesperación, pero la riqueza seguía estando en el banco, con Paco en su condición de superhéroe segundón que siempre salva al primerón. Empató, como suele hacerlo, con una inteligencia que sonroja a todos los arietes nacionales. Durante siete minutos fueron buenas las palabras de Jorge Bustos: «Ojo que hasta podemos ganar a Eslovaquia». Lástima que Alcácer comparta escenario con diez compañeros más, con asientos de primera mano para ver a Duris rasgar la defensa como si se dejara caer sobre una cortina y Stoch poner la cabeza, como podía haber puesto cualquier otra cosa en su lugar, pues la pelota estaba destinada a coger gol. Y así fue. Y así durará la sangría hasta el domingo.

Twitter: @Ninozurich